Columna Diario de Campo

Luis Miguel Rionda Ramírez

Entre julio y diciembre de 2010 surgió en la ciudad de Guanajuato un movimiento social urbano y clasemediero que se congregó en defensa de uno de los íconos culturales más importantes de la capital estatal: el cerro de la Bufa y su entorno geográfico y natural inmediato. Un ayuntamiento regenteado por la coalición PRI y PRD cedió a los intereses de empresarios constructores, que buscaron “modernizar e impulsar el desarrollo económico” de esta pequeña población serrana. Los actores del poder político y económico intentaron imponer su discurso desarrollista, ignorando la importancia que tienen los elementos identitarios para una comunidad como Guanajuato, que ha sobrevivido a los avatares de las convulsiones históricas gracias a que logró, en los años cuarenta y cincuenta, la reorientación de su original vocación minera hacia la cultura, la educación y el turismo.

Ese intento “modernizador” abortó gracias a la respuesta social, que expresó un rechazo radical mediante el plebiscito de ese año, que arrojó un 85% de votos negativos. La sociedad civil triunfó sobre los intereses materiales de un grupo de interés que confundió la búsqueda de sus beneficios particulares con la construcción del bien común. Se ignoró la dimensión del patrimonio cultural y el respeto al entorno natural, y el resultado fue un divorcio temporal entre gobernantes y gobernados.

A doce años, la ciudad de nuevo estuvo en riesgo de ser rehén de intereses económicos. Otro ayuntamiento, ahora dominado por el PAN ¾encabezado por un alcalde que, créalo o no, fue líder en el movimiento de 2010¾, buscó trastocar el sentido profundo de otro bien patrimonial: el conjunto de cuerpos áridos naturales mejor conocido como las momias de Guanajuato. Los cadáveres desecados son exhibidos desde más de un siglo en un espacio que sirvió originalmente como osario. Su exhibición había sido precaria y primitiva, hasta que a principios de los años setenta se integró como museo, buscando mostrar con dignidad el centenar y pico de cuerpos que se acumularon hasta entonces.

Las momias se hicieron famosas de poco a poco, hasta que lograron su consagración definitiva en el imaginario nacional gracias a la película kitsch de Federico Curiel “Las momias de Guanajuato” de 1972, con Blue Demon, Mil Máscaras y el Santo. Un filme de bajísimo presupuesto, que me tocó en suerte ¾junto a mis hermanos¾ de presenciar su rodaje (nunca conseguimos el autógrafo de Santo, nuestro héroe).

El museo, como el panteón de Santa Paula donde se ubica, era patrimonio del gobierno del estado. Los pingües recursos generados eran aprovechados por el DIF estatal para financiar sus programas. Eso cambió cuando en 1996 un grupo de guanajuateños reivindicamos este repositorio como patrimonio de nuestra ciudad. El gobernador Vicente Fox fue sensible, y cedió el museo al ayuntamiento de la capital. Esto reforzó las precarias arcas municipales.

El museo es hoy el segundo de los ingresos propios del municipio, sólo superado por el impuesto predial. En 2019 ingresaron casi 44 millones de pesos al museo, cuando el total de ingresos propios ascendió a 211 millones. Casi 21% de ese total.

El actual ayuntamiento tuvo la intención de endeudar al municipio por diez años, con un préstamo bancario de casi 70 millones de pesos. Esto para construir un Shopping mall alrededor de un Freak show denominado “Museo Internacional de las Momias”. De nuevo se tensó la relación del gobierno con su sociedad consciente. Afortunadamente la respuesta social no se hizo esperar y se opuso al nuevo despropósito “desarrollista” del ocurrente edil. Casi siete mil guanajuateños aportaron sus firmas para solicitar un nuevo plebiscito, denegado por las autoridades electorales locales. Parecía inevitable la perpetración del nuevo bodrio, pero para nuestra fortuna el Instituto Nacional de Antropología e Historia INAH negó su consentimiento, de acuerdo con su compromiso de preservar el patrimonio histórico y cultural de los mexicanos. Salvamos este escollo, por ahora; falta ver qué otras sorpresas más nos esperan en la inefable imaginación de nuestros ocurrentes gobernantes.

Por Juan Ma J

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