José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Cronista municipal de Guanajuato
La relación existente entre el surgimiento de una población y la presencia de un río ha sido una constante en todos los tiempos y responde, en la mayoría de los casos, a un criterio lógico de asentarse junto a una fuente proveedora de agua para el abasto y consumo de la población.
Guanajuato no fue la excepción, desde sus orígenes se desarrolló, como refirió el arquitecto Salvador Diaz Berrio, en condiciones excepcionales, con una estructura diferente y con el Río con un papel protagónico. Río que se torna en arroyo de poco caudal en la época de secas, o violento y turbulento en las aguas. Río que fue recurso necesario para la población.
La fiebre de la plata originada en el siglo XVI luego de los descubrimientos de los ricos yacimientos argentíferos atrajo a toda clase de personas: mineros, gambusinos y aventureros que pronto comenzaron a hacer denuncios y solicitar permisos para asentarse en las llanuras colindantes al Río y construyeron haciendas de beneficio que paulatinamente dominaron el paisaje.
Desde el comienzo de la explotación minera, los habitantes del Real de Minas de Santa Fe de Guanajuato experimentaron la inestabilidad rentable de la minería, de las haciendas de beneficio y de las diversas actividades asociadas a la economía. La vida no debió ser fácil y las variaciones en los costos de los insumos provocaron múltiples transformaciones en el uso de los espacios.
En 1679 el Real de Minas fue elevado a la categoría de Villa, vivían entonces en Guanajuato unas 16,000 personas, había en actividad unas 47 haciendas de beneficio y unos 250 zangarros que utilizaban, preferentemente, agua del Rio para las labores del beneficio de metales.
A pesar de las múltiples dificultades: catástrofes naturales como inundaciones o sequías, epidemias y todo tipo de calamidades, Guanajuato se consolidó en el siglo XVIII como uno de los más importantes centros mineros del orbe. Todo se multiplicó, Guanajuato se transformó en ciudad en 1741 y se convirtió en un emporio.
Las crónicas registran inundaciones terribles a partir del siglo XVIII, aunque con seguridad también las hubo en los siglos previos.
En algunos espacios profundos o con intenso tráfico se construyeron puentes que permitieron una comunicación más eficiente y segura al cruzar el río,
En 1749, año de la conclusión de la presa de la Olla, se dictaron medidas urgentes para desaterrar el río y para evitar la formación de muladares.
En 1750 José Gabriel Rozuela de Ledezma solicitó audiencia al Ayuntamiento para tratar un tema de primera importancia, la limpieza del río:
“Como que dicho Río o cañada, es el único camino de tránsito para el comercio y entradas y salidas de esta ciudad y, por donde se conducen las recuas con todo y cuanto se necesita”.
La inundación de 1760 fue una catástrofe ya que además de haber ocurrido durante la noche, afectó 240 viviendas y dejó un lamentable saldo de 200 muertos. Los brujos de la ciudad lo atribuyeron a un extraño fenómeno meteorológico conocido como “culebra de agua”.
A partir de ello, se decidió construir puentes sólidos que sustituyeron a los elaborados con madera, esos para comunicar diferentes puntos de la ciudad.
Una inundación más ocurrió en 1772 causando severos daños al templo y convento de San Diego. El Ayuntamiento expuso que la principal causa había sido el azolve y la acumulación de desperdicios por lo que se tomó la determinación de construir robustos calicantos para elevar la caja del río y mantenerlo, de alguna manera, a salvo de futuros azolves.
Aún con los puentes de mampostería y los calicantos el río seguía cumpliendo, en tiempo de secas, la función de camino.
Al respecto, el científico ilustrado, Antonio de Ulloa escribió en 1777…
“El carril del camino es por la misma caja del río, se transita por un río de plata”
En 1780 la ciudad padeció otra inundación por lo que se solicitó la presencia de un perito -Joaquín Velázquez de León- para que determinara, con mayor precisión, las razones de la inundación, luego de un reconocimiento profundo del río emitió algunas recomendaciones para evitarlas.
El siglo XIX no estuvo exento de tragedias, hubo inundaciones en 1804, en 1828 y en 1834, 1867, 1868 y 1873.
Desde 1822 se presentó un proyecto para construir un túnel que sirviera de desagüe y alivio de la ciudad, el proyecto se concretó en el siglo XX luego de la terrible inundación de 1905.
Esa trágica inundación dejó una profunda marca en nuestra historia, la construcción entre 1906 y 1908 del túnel Porfirio Diaz conocido como el Cuajín, ha servido hasta nuestros días para evitar más inundaciones de grandes dimensiones.
Luego de la gran revolución de 1910, Guanajuato experimentó una fuerte depresión económica. La Minería, origen y esencia de nuestra ciudad, quedó reducida. Solo unas cuentas empresas laboraban y lo hacían con muchas dificultades.
La ciudad desfallecía, estaba decaída, esporádicamente los habitantes recuperaban el ánimo con alguna celebración tradicional o con las actividades culturales del Colegio del Estado, o con las audiciones de la Banda de Música del Estado.
Fueron las actividades culturales las que inyectaban vitalidad a la sociedad y las que imprimieron la fuerza vital para la resurrección de Guanajuato.
La década de los 30 definen el renacimiento de Guanajuato. Se dignificaron algunos espacios públicos, se prestó mayor atención a las actividades musicales y teatrales, se instaló un comité pro-turismo.
El Colegio del Estado se transformó, en 1945, en la Universidad de Guanajuato.
A finales de la década de los 40 comenzó el desazolve Río arriba, lo que permitió que desde 1951 se inaugurara la Calle Nueva que fue denominada Padre Belaunzarán.
Juan José Torres Landa gobernó Guanajuato entre 1961 y 1967, durante su gestión se impulsó el Plan Guanajuato con el cual se proyectaron y ejecutaron diversas obras en todos los municipios que cambiaron notablemente la imagen de la entidad.
La urbanización del río Guanajuato fue una de esas obras prioritarias para la capital del Estado. Serviría para mejorar la movilidad y para proyectar la imagen de la ciudad, transformaría las condiciones sanitarias evitando que la población continuara expuesta a las inmundicias del viejo río que lucía abandonado y despreciado.
La magna obra de urbanización del rio Guanajuato se desarrolló en diferentes etapas y en un tiempo récord.
Alfredo Trujillo escribió una importante crónica que nos permite conocer con objetividad algunos aspectos del proceso.
En abril de 1963 ERA el ingeniero Tito Bargagli director del departamento responsable de estudios y proyectos del Plan Guanajuato, donde también colaboró como coordinador el arquitecto Francisco Artigas.
Bargagli buscó al ingeniero Alfredo Trujillo para invitarlo a colaborar en el proyecto de urbanización del río, obra que integraría acciones de desazolve, entubamiento y conversión de su lecho en una calle.
En mayo los ingenieros Alfredo Trujillo y Tito Bargagli equipados con botas, chamarras, lámparas y cascos, recorrieron el cauce del río que se encontraba, prácticamente, en estado de abandono. Pero quedaron impresionados con la belleza de las bóvedas, los arcos y los muros de antaño. En el recorrido pudieron apreciar también el puente de Tepetapa y el del Ave María.
El río se utilizaba como el drenaje de aguas negras y pluviales y ocultaba en ese nauseabundo ambiente la belleza de esa gran obra de ingeniería. La ciudad estaba en un triste estado de descuido y requería de atención para resaltar su belleza.
Previo a la urbanización se habían hecho algunos azolves ente 1963 y 1964, se había intentado sanear el río con la construcción de un alcantarillado que fue destruido, sin usarse, por los azolves y las avenidas de agua.
La obra fue anunciada por el gobernador durante el informe de gobierno de 1963 y se inició prácticamente de inmediato. El ingeniero Tito Bargagli y su equipo comenzaron revisando los cálculos de nivelación encontrando algunos inconvenientes.
Se corrigieron los errores en la nivelación y las constructoras contratadas comenzaron a trabajar en el desazolve siguiendo las indicaciones de los ingenieros.
El proyecto debió representar un gran reto para los ingenieros pues la nueva vialidad debería permitir la circulación de todo tipo de vehículos y debería también soportar las grandes avenidas que confluyen al río y desahogarlas con eficiencia.
Otro reto importante fue definir los puntos e acceso a la nueva calle, y la adquisición de algunas viviendas para facilitar los accesos entre otros como el desalojo y reubicación de vendedores en la zona del Mercado Hidalgo.
El ingeniero Alfredo Trujillo fue el residente de las obras y supervisaba los trabajos de las constructoras. Fue él quien desarrollo el proyecto ejecutivo de la urbanización del río.
El acceso localizado en la actual plaza Allende fue proyectada por el Arq. Raúl Izquierdo. Al igual que la rampa de acceso de San Diego y la restauración del templo que en esa época tenía algunos cuartos agregados.
Se hizo otro acceso a la altura de la plazuela de los Ángeles y unos más en la calle Juárez a la altura del Jardín de la Reforma.
La rampa de entrada junto al Mercado presentó grandes dificultades que fueron ingeniosa y profesionalmente resueltas por los ingenieros responsables de la obra.
Se construyó también la rampa de acceso a la antigua central camionera.
Y se diseñó una fantástica entrada monumental por la Plaza Hidalgo que comenzaba con un muro que tenía un letrero que rezaba GUANAJUATO.
Se modificó la zona que actualmente se conoce como los pastitos, se construyó la fuente, la barda y el pebetero y fue necesario que el puente del Ave María quedara sepultado por estar por debajo del nivel requerido para la funcionalidad de la nueva vialidad
El colector tiene 1.70 metros de diámetro y representa uno de los más importantes retos de la obra que, luego de 60 años sigue en funciones.
La vialidad fue adoquinada y los. Muros y bóvedas fueron limpiados mediante la técnica de chorro de arena.
La calle fue iluminada siguiendo la idea original del director del teatro universitario Enrique Ruelas.
Cuentan que, en múltiples ocasiones, durante el proceso de urbanización, el presidente de la república Adolfo López mateos realizó visitas sorpresivas para conocer el avance y porque, evidentemente, estaba maravillado con la belleza de tan singular calle. La calle fue inaugurada oficialmente por el presidente el 28 de septiembre de 1964 por la noche.
Retomaré de la crónica de Alfredo Trujillo Carrillo una relación de algunas personas que contribuyeron de manera notable en la urbanización del río Guanajuato para transformarlo en la calle subterránea Miguel Hidalgo.
Lic. Adolfo López Mateos, Presidente de la República. Lic. Juan José Torres Landa, Gobernador del Estado. Lic. Manuel Orozco Irigoyen, secretario Particular del Gobierno. Lic. Ernesto Gómez Hernández, secretario de Finanzas. Ing. Tito Bargagli Cereti, Director de Planeación Urbanística. Director del Plan Guanajuato. Ing. Alfredo Trujillo Carrillo, residente de las obras de la ciudad de Guanajuato. Ing. Cravioto, director de la Constructora Estrella. Ing. Oscar Gaviño M. gerente de la constructora Estrella. Sr. Manuel Esparza Farías, gerente de la constructora Esparza. Ing. Tiburcio Álvarez, presidente municipal de Guanajuato. Lic. Eugenio Trueba Olivares, rector de la Universidad de Guanajuato. Arq. Raúl Izquierdo, residente de apoyo arquitectónico. Arr. A. Sánchez de Tagle, residente de apoyo arquitectónico. Sr. Juvencio Portugal, contratista eléctrico. Lic. Enrique Ruelas, diseño de la iluminación escénica. Arq. Luis Ortiz Macedo, director de la Escuela de Arquitectura. Arq. Francisco Artigas. Contratista. Sr, Méndez Hernández, contratista. Personal del laboratorio de materiales de la Universidad de Guanajuato. Estudiante de ingeniería de apellido Zorrilla que colaboró en el apoyo topográfico. Maestro de obras Roberto Dorantes. Maestro plomero del gobierno municipal y su hijo. Antonio García Sardaneta, contratista de pintura. Sr. Arroyo, contratista herrero. Y por supuesto a todos los trabajadores que participaron en esa magna obra pública.