Piratas del Caribe
Luis Miguel Rionda Ramírez
El miércoles pasado tuve la ocurrencia de escuchar la conferencia de prensa que emitió el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, vía CNN en español (https://t.ly/Ewk7B). Me he acostumbrado a escuchar sin enojarme los desvaríos de las mañaneras obradorianas, por lo que me creí dotado de la suficiente fortaleza de ánimo ante las monomanías de los poderosos. Pero me equivoqué: Maduro está en la categoría de los pesos pesados de los autócratas demagogos. Más de dos horas de un interminable monólogo que derramó odios, prejuicios, denostaciones, condenas, teorías de conspiración, ideologías arcaicas de panfleto, y la evidente adicción al poder por parte de una opción política que se ha autodenominado “bolivariana”, apropiándose del pensamiento cosmopolita e inclusivo del gran libertador.
Es en verdad terrible lo que les acontece a los hermanos venezolanos. Han acumulado 26 años de padecer un populismo irresponsable que ha destrozado una de las economías más boyantes de América Latina. Recuerdo bien que en los años setenta y ochenta del siglo pasado Venezuela era un ejemplo de país en desarrollo que había encontrado la vía para consolidarse como democracia plural, con índices de bienestar envidiables.
Colombianos, ecuatorianos y otros emigraban en masa hacia los polos de desarrollo de Venezuela. El país podía darse el lujo de tolerar caudillismos y populismos moderados como el de Carlos Andrés Pérez. Pero todo cambió en 1999 con el arribo, mediante las urnas, del exgolpista Hugo Chávez, silvestre coronel formado en la guerra contrainsurgente por el Comando Sur de los Estados Unidos, que se inventó la pseudo ideología del socialismo bolivariano. La crisis económica y social de entonces abonó al hartazgo de la población, y abrió las puertas al desastre. A partir de ahí todo se precipitó: el cambio constitucional y de modelo de desarrollo en 1999; el incremento espectacular de los precios del petróleo en la primera década del siglo, con el derroche irresponsable de recursos; la persecución de los partidos de oposición; la domesticación del órgano electoral nacional; la captura de las instituciones; la censura a los medios de comunicación, y la adopción de un modelo militarizado de control social.
Chávez murió en 2013, pero fue sucedido por su palafrenero mayor: Nicolás Maduro, que sigue escuchando al “pajarito” en que se convirtió su ex patrón. Ha acumulado casi doce años en la presidencia heredada. Y se hoy se presenta por un tercer periodo de seis años, luego de nulificar a su principal oponente María Corina Machado. Pero la oposición se reagrupó con Edmundo González, y asume que obtuvo una amplia victoria electoral este domingo 28 pasado.
El discurso de marras hace temer una escalada en la represión contra los opositores, aún peor que la de 2019. Las amenazas son más que evidentes. La dimensión del fraude electoral provocó que más de 50 países pongan en duda la legalidad de la elección. El gobierno de México no ha tomado posición, pero me temo que pronto se incline por su aliado ideológico. Malo será que una democracia funcional como la mexicana se alinee con los piratas del Caribe.