Dos trompadas…
Dr. Luis Miguel Rionda
Los demócratas activos, de esos que creemos en el valor de la persona humana, en el individuo consciente y en su libertad de acción y pensamiento, sufrimos este martes pasado dos derrotas dolorosas e inesperadas. Los liberales evidenciamos de nuevo el mal que apunté en mis colaboraciones anteriores: la ingenuidad, el candor de los ilusos que creímos que el mal es derrotable cuando se le combate con valor y convicción democrática.
La primera derrota del fatídico martes 5 fue la traición dentro de la Suprema Corte de uno de sus ministros decorosos, en la votación del proyecto de sentencia que relativizaba los alcances de la reforma al Poder Judicial. No se logró la mayoría calificada de ocho sobre once para atajar la intención de cercenar el servicio judicial de carrera, y en cambio permitir una salida que habría salvado la dignidad de los jueces y magistrados.
Al ministro sacatón le mostraron algún añejo expediente con esqueletos inconfesados, y presuroso reconsideró su voto para salvarse. Sus siete compañeras y compañeros, íntegros, votaron en favor del proyecto, pero fueron derrotados por la nueva “banda de los cuatro”.
Dolor para los trabajadores judiciales, y punzada para los que acompañamos su lucha por salvar la división de poderes en México. Una pérdida que tardará años en restañarse (cincuenta, dijo Adán el augusto). Un desperdicio de capital humano que supera por mucho al dispendio de la cancelación del aeropuerto de Texcoco.
La segunda mala noticia del martes oscuro: el triunfo aplastante del delirante Trump en las elecciones del país del norte. Pésimo asunto para los demócratas de esa nación, y no me refiero a los militantes del partido perdedor. Ganó la emotividad irracional: una sociedad enojada con su élite gobernante por los problemas económicos de coyuntura. Culparon a la administración Biden por la carestía y el desempleo; pero olvidaron la crisis pandémica y la excelente respuesta que dio su gobierno a la emergencia sanitaria y económica. Miles de millones de dólares se inyectaron a las economías familiares y de pequeños negocios. Pero nada de eso se mantuvo en el imaginario colectivo.
Los rencores sociales buscaron un destinatario y lo encontraron: los migrantes internacionales, a quienes su gobierno no ha podido retener o canalizar. Miles de trabajadores hambrientos han invadido las ciudades de ese país, y provocaron una reacción xenófoba y racista, inclusive entre afroamericanos e hispanos.
Nos esperan cuatro o seis años de incertidumbres externas e internas. Las oposiciones en ambas naciones están en la lona, noqueadas por los radicalismos intolerantes. Los populismos nacionalistas terminarán colaborando entre sí, porque tienen más afinidades que diferencias. Quienes debemos temer somos los gobernados, sobre los que caerán las consecuencias del autoritarismo mesiánico de izquierda o derecha.