Reuniones de la República

Luis Miguel Rionda

Desde mi juventud le he puesto atención a la ceremonia de conmemoración de la Constitución Política de nuestro país. La razón ha sido sencilla: es un ceremonial pleno de simbolismos que sirve de termómetro para percibir el grado de maduración —o el infantilismo— de la clase política hegemónica del momento. Todavía recuerdo los gigantescos rituales de tiempos de López Portillo —literalmente, “sus tiempos”—, las “Reuniones de la República”, masivas tertulias políticas que se realizaron los 5 de febrero de su sexenio. Eran sesiones maratónicas a las que acudía el pleno de los poderes públicos. No era el día de la Constitución; era el día del señor Presidente.

La megalomanía presidencial apabullaba a los demás poderes y órdenes de gobierno. Los discursos del tlatoani emulaban las interminables alocuciones de Fidel Castro y demás tiranos, ebrios de poder. Los asistentes soportaban sumisos largas horas de solemnidades y rollos interminables, con pregones de secretarios, líderes y jilgueros que sacralizaban las bondades del Supremo.

A pesar del nombre de esas reuniones, no existía la República y la Constitución era un permanente ideal que no se cumplía. Era un momento para refrendar la presidencia imperial, y exaltar al Hombre, al taumaturgo bondadoso al que tanto le debía la Patria. Se exponían así las utopías de un país que no existía, pero que se imaginaba en la cabeza del paladín.

Eso fue evidente en extremo en la última de esas reuniones en 1982, en Guadalajara, la matria imaginada por don Q, el excelso. Fue ahí donde pronunció la frase que marcó y mancilló su sexenio. Ante los ataques especulativos contra la moneda mexicana, prometió que defendería el peso “como un perro”, evidenciando su negativa a reconocer los errores en su política económica. Poco después sobrevino una imparable devaluación del 500% que significó el hundimiento de su popularidad y una de las peores crisis del siglo XX.

Me vino esto a la memoria después de escuchar las increíbles declaraciones de nuestra actual presidenta en la mañanera del martes 4. Reconoció que no se había invitado a la ceremonia de este año a uno de los tres poderes de la República: al Judicial, dizque porque “no hay una relación mutua de respeto” (sic). De no creerse. Una pretendida falta de respeto se corresponde con otra peor. Adiós a la institucionalidad en el ejercicio del poder, y bienvenida la discrecionalidad presidencial.

Este exabrupto injustificable indica un retorno al presidencialismo de los años setenta. No puede aceptarse que el ejecutivo se arrogue el monopolio de la corrección jurídica. Es el poder judicial donde reside la defensa de la Constitución y con ella los derechos de los ciudadanos. La conmemoración giró nuevamente en torno de la figura presidencial, y el tono discursivo paleo priista me recordó aquellas reuniones de adoración.

Como nunca, la Constitución está bajo asedio…

Por J M