De Colombia para México

Luis Miguel Rionda 

Recuerdo vivamente cuando, allá por los años ochenta, leía y escuchaba testimonios de las víctimas de la violencia delincuencial en Colombia, país con el que tanto compartimos los mexicanos en términos culturales e históricos. Recibíamos como ecos lejanos las crónicas de los miles de asesinatos a manos de los narcos y sus cárteles de Cali, de Medellín y otros; sus enfrentamientos con el ejército y la policía nacional; los bombazos y los asesinatos arteros de políticos y empresarios. Líderes como Pablo Escobar mantenían el control no sólo sobre el tráfico de la cocaína, sino también de la política nacional.

La guerra contra las drogas, declarada por el presidente norteamericano Nixon en junio de 1971, respondía al descontrol en el consumo de estupefacientes blandos y duros a partir de las guerras de Corea y Vietnam. El ejército de los EEUU impulsó su consumo entre sus tropas, y tuvo el efecto colateral de la continuidad de la adicción a su retorno a su país. Con ello también se provocó la violencia callejera y la consolidación de redes de tráfico continental para proveer la enorme demanda de los consumidores gringos.

La percepción que se tenía desde México era que nuestro país sólo cumplía una función marginal en ese proceso, y que nunca se llegaría a los extremos colombianos. Aquí se producía y exportaba mariguana y amapola, pero a niveles artesanales. La mota sólo ayudaba a complementar la economía de las comunidades rurales, y los pocos grupos organizados, como los nacientes cárteles de Sinaloa y Guadalajara, eran subsidiarios de los poderosos cárteles colombianos.

Por su parte, las guerrillas mexicanas y colombianas abandonaron sus banderas políticas y sus tácticas de lucha, y abrazaron el tráfico de drogas. Eso impulsó la violencia criminal al otorgarles cierta legitimidad social, que les ha permitido a los violentos asumirse como protectores y benefactores en espacios sociales deprimidos.

A la vuelta del siglo mucho cambió: el éxito colombiano en su combate a los cárteles basculó las ventajas que éstos habían mantenido, y su posición dominante fue ocupada por las crecientes organizaciones mexicanas, que además se beneficiaron mucho por las nuevas facilidades para el tráfico que se abrieron con el tratado de libre comercio. La cercanía y permeabilidad de la frontera, así como la accesibilidad a los litorales norteamericanos, potenció nuevas rutas y nuevos actores.

Hoy padecemos en México los extremos de la violencia y el terror que torturaron a Colombia. Centenares de fosas clandestinas siguen saliendo a la luz en la mayor parte del territorio nacional. En los primeros meses de la administración Sheinbaum se ha registrado un promedio de mil desapariciones al mes. Cientos de miles de mexicanos han sido exterminados por la delincuencia desde 2012, y de muchos no se recuperan sus cuerpos. Vivimos sumergidos en un terror que desconocíamos desde la violencia revolucionaria. Qué tristeza.

Por J M