Marchas forzadas

Luis Miguel Rionda

La política en México atraviesa una fase de “infantilización” —perdón a los niños por el término— caracterizada por el debate descalificador y simplista en extremo. Los actores políticos más importantes se dejan llevar por el berrinche visceral cuando se les contradice o impugna.

Esta actitud es favorecida diariamente desde el púlpito presidencial, donde se pontifica y etiqueta con desmesura total. Adiós a las formas, al respeto mutuo y al lenguaje de la moderación. Hoy se insulta, se clasifica, se tergiversa y se desprecia. La creencia en posesión de la verdad única hace que su tenedor se asuma como moralmente superior, y por lo mismo se arroga el derecho a condenar, fulminar y desacreditar; aunque por otra parte indulte, reivindique o elogie a los personajes que le encienden veladoras y sahúman sus virtudes sobrehumanas.

Conductismo de zanahoria y palo.En ese ambiente cargado de inciensos, la marcha “fifí” del 13 de noviembre sonó como trueno en descampado en los pasillos palaciegos del poder mesiánico. Las casi setenta ciudades en las que se movilizó más de un millón de ciudadanos conscientes, testimoniaron la energía del rechazo al autoritarismo centralista que está socavando las pocas instituciones autónomas y democráticas con que cuenta el país.

Ya fueron colonizadas, domesticadas o desaparecidas la CNDH, el Conacyt, el INEGI, el Banxico, el IFT, la Suprema Corte, el INDESOL, el INEE, ProMéxico, el INECC y muchos más. Están en capilla el INAI, el INALI, el Conapred, el INAPAM, el IMTA, la COFECE, y la lista sigue. Pero la pieza mayor es el INE, llave para la perpetuación en el poder.Esos órganos autónomos o descentralizados han ayudado a descentralizar el poder en nuestro país.

Son los necesarios elementos equilibradores que ayudan al ciudadano, a las empresas y a las asociaciones civiles a defenderse de los abusos de los gobiernos. Cumplen un papel que ha sido reconocido internacionalmente para darle viabilidad a una democracia cada vez más compleja.Pero el autoritarismo reaccionó con una furia de párvulo berrinchudo, y quiso medir fuerzas con la marcha ciudadana.

El poder del Estado se reflejó en sus capacidades probadas para el acarreo, el chantaje, el condicionamiento y la amenaza, y reunió —en solamente una ciudad para su mayor lucimiento— a otro millón de personas; muchas de ellas sin duda voluntarias, pero la gran mayoría forzadas a apersonarse para no perder algún apoyo social, o por compromiso clientelar con el líder, o por algún otro tipo de miedo.

La artificialidad de la marcha oficial fue evidente en los contingentes regionales, muchos de ellos uniformados, con grupos musicales pagados, con consignas ensayadas en el autobús, con rótulos y mantas impresos y uniformes, con un orden ensayado, y miles de señoras madres con sus niños. Reparto de lonches, pases de lista, supervisores de campo, repartidores de playeras y cachuchas, y seguramente pagos en efectivo. Los sufridos marchistas no soportaron el calor, el desorden y la carencia de información.

Miles se desperdigaron después de un par de horas, y a partir de la lectura del informe presidencial a las 17:00h —ocho horas después del inicio formal de la marcha— el Zócalo lucía ralo, con autobuses estacionados en la plancha, cientos de sillas para invitados especiales, y detrás de una valla algunos miles de entusiastas, que se encargaron de las obligatorias y orquestadas porras. Los organizadores olvidaron una regla de oro de las marchas callejeras: no deben ser extensas en exceso ni durar demasiado. Deben ser rápidas y vigorosas, como trueno en cielo despejado. Por lo visto, ya se les olvidó… 

Por Juan Ma J