(Segunda y última parte)
José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Cronista municipal de Guanajuato
El joven Eduardo Licéaga tomó la determinación de volver a la Ciudad de México para continuar su formación profesional como médico. De pronto no era posible aspirar a la beca del Estado de Guanajuato que había sido otorgada primero a Juan Jaime y luego al fallecimiento de éste, a José Palacios otro guanajuatense que estudiaba medicina.
El director de la Escuela, Ignacio Durán, le ofreció una habitación en la institución para que viviera ahí y se despreocupara del pago de una renta. Otras viejas amistades de la familia de condición humilde le ofrecieron también, para solventar la situación, apoyarlo con la alimentación y el lavado de su ropa, pero pronto Manuel Doblado le otorgó también una beca para que pudiese solventar sus gastos. Así pudo Eduardo Licéaga concluir el primer año de su formación como médico obteniendo el primer premio.
El director Ignacio Durán se convirtió en un consejero y guía para el joven Eduardo Liceaga, lo nombró subprefecto y, además, lo introdujo a su círculo familiar y social donde nuestro personaje pudo conocer a la familia Guirau y a la familia Espejo, espacios donde pudo refinar sus gustos musicales y literarios. También visitaba la casa de don Tomás León donde conoció al padre Caballero que era director de una escuela de música, al doctor Aniceto Ortega que era pianista y compositor, autor de la ópera Guatemotzin, al parecer la primera en tocar esa temática nacional. Y también entabló amistad con el cronista musical Alfredo Bablot que fue director del Conservatorio Nacional de Música.
Así se conformó el selecto grupo de amistades del joven Licéaga hasta que en el año de 1865 concluyó la carrera y recibió la medalla de oro, instituida por Maximiliano de Habsburgo, destinada a los estudiantes que lograran el primer lugar en todos los cursos.
El 14 de enero de 1866 se llevó a cabo el examen recepcional y el joven Eduardo Licéaga obtuvo oficialmente el grado de médico, al mismo tiempo que se celebraba la entrega de reconocimientos a los miembros de la Sociedad Filarmónica Mexicana y donde nuestro personaje resultó electo secretario de la mesa directiva.
Comenzaba entonces una etapa diferente en la vida de nuestro personaje, ejercer como médico, aunque sin equipo y sin consultorio, pero pronto recibió el apoyo de sus profesores que lo enviaban a revisar algunos pacientes. También se le otorgaron las clases de física y de historia natural en el Liceo que funcionó en el antiguo Colegio de San Ildefonso y, cuando se fundó el Conservatorio de Música, se le otorgó la cátedra de acústica y fonografía.
En el Colegio de San Ildefonso se ocupó de actualizar y modernizar el gabinete de física, mismo que sirvió de base posteriormente para la creación de la Escuela Nacional Preparatoria.
También fue profesor titular de operaciones, director del hospital de maternidad e infancia, presidente (en dos ocasiones) de la Academia Nacional de Medicina, presidente del Congreso Médico Nacional de Higiene, director de la Escuela de Medicina en donde incluyó la especialidad de pediatría.
Igualmente fue presidente del Consejo Superior de Salubridad y ahí sentó las bases para el Código Sanitario y, tuvo también importantes participaciones en las reuniones interamericanas que son la base de la cooperación y asistencia entre los países del continente, fue siempre un activo promotor de la salud pública y trajo a México la vacuna contra la rabia, y estableció los protocolos para desarrollar investigación sobre la fiebre amarilla y el tifo logrando importantes avances en la erradicación de esas enfermedades.
El doctor Eduardo Licéaga y el doctor Agustín Reyes aplicaron a un joven la primera vacuna preventiva contra la rabia el 23 de abril de 1888.
El doctor Eduardo Licéaga impulsó, en 1895, la creación de un nuevo hospital general para la ciudad de México participando activamente junto con el ingeniero Roberto Gayol en la construcción. Los trabajos arrancaron en 1896 y en 1901 se concluyó la obra básica, pero también el doctor Liceaga diseño la traza y urbanización de la colonia doctores, primera en el país con contar anticipadamente con una red de drenaje y una red eléctrica sentando las bases para la normatividad de los nuevos fraccionamientos. La mayor parte de las calles fueron bautizadas con los nombres de los profesores del doctor Liceaga.
El Hospital General de México se inauguró solemnemente el 5 de febrero de 1905 con la presencia del presidente Porfirio Díaz y el primer director el doctor Fernando López y la participación del gran poeta Amado Nervo. Algunas de las palabras que pronunció el doctor Licéaga fueron:
El Hospital General de México en 1906.
“…Señores, no vais a recibir un edificio nuevo sino una institución, tendréis el deber no sólo de conservarla sino de perfeccionarla. Ella os proporcionará la ocasión de hacer el bien a vuestros semejantes, no sólo con el auxilio de vuestra ciencia, sino con la dulzura de vuestras maneras, la compasión por sus sufrimientos y las palabras de consuelo de espíritu. Os vais a encargar de hacer práctica y fructuosa la enseñanza de la medicina, vais a formar hombres científicos que puedan competir con nuestros vecinos del Norte y con los del Sur de nuestro continente…”
Desde sus inicios el Hospital General tuvo servicio de asistencia gratuita a todas las personas indigentes sin importar su condición económica, su edad, su sexo o su religión. La puesta en operación del nuevo hospital significó la clausura de los hospitales de San Andrés, González Echeverría y el de Maternidad e Infancia.
El doctor Eduardo Licéaga murió a la edad de 81 años el 14 de enero de 1920. Fue sin duda la figura más prominente de la medicina en México a finales del siglo XIX y principios del XX. En julio del 2012 la Secretaría de Salud del Gobierno de México acordó poner el nombre de Eduardo Licéaga al Hospital General de México en reconocimiento a la brillante trayectoria del galeno guanajuatense.
El doctor Eduardo Licéaga. Fototeca del I.N.A.H.